SOCIEDAD
Atasco en el Polo Sur
Cientos de visitantes rompen la paz antártica en el centenario de la gesta de Amundsen
Día 15/12/2011
El Polo Sur ya no es lo que era. Desde que el noruego Roald Amundsen llevó por primera vez la huella humana hasta el punto más meridional del planeta, ayer exactamente hace cien años, los avances en el equipamiento de los exploradores han hecho la Antártida más accesible. Coincidiendo con la conmemoración de aquella histórica gesta, una treintena de expediciones se han lanzado en las últimas semanas a tratar de emular a los antiguos exploradores y las soledades antárticas, donde habitualmente solo residen los científicos de la base estadounidense Amundsen-Scott, se veían ayer alteradas por centenares de ocasionales visitantes.
Lo que no está permitido es importar animales, por lo que ya no se puede llegar con trineos tirados por perros, como hizo Amundsen, un factor que finalmente fue clave para su victoria frente al británico Richard Scott. El mismísimo primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, se unió a los modernos expedicionarios a la celebración, televisada en directo, y en la que se descubrió un busto de hielo del pionero explorador. «Estamos aquí para celebrar una de las hazañas más grandes en la historia de la humanidad», proclamó con orgullo el jefe de Gobierno escandinavo, que en su caso llegó volando y que durante su estancia de tres días ha tuiteado: «Esquiando en el Polo Sur. Naturaleza bella y salvaje».
El protagonismo de los noruegos en el acto no dejó en el olvido a los desgraciados perdedores de la competición, que alcanzaron su objetivo un mes después y en el viaje de regreso murieron uno a uno víctimas de la deficiente preparación. Scott será también recordado siempre «por su valor y su decisión por alcanzar el lugar más inhóspito de la Tierra», se compadeció Stoltenberg.
Expediciones españolas
Entre los numerosos visitantes de estos días a la Antártida se encuentran varios españoles. Al menos tres expediciones de nuestro país estáan en el continente helado, en el Polo o camino de él: la de los catalanes Albert Bosch y Carles Gel; la de los vascos Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza y la que encabeza el aventurero Ramón Larramendi, acompañado por Ignacio Ofialdegui, Javier Selva y Juan Pablo Albar, que pretenden alcanzar el Polo Sur en un nuevo catamarán impulsado por el viento, después de ya haber atravesado el continente en un artefacto similar en 2006.
El cambio climático es, cien años después, la mayor preocupación en la Antártida, donde sus efectos se hacen visibles, a pesar de los 40 grados bajo cero que se registraban ayer. «La pérdida de hielo en la Antártida puede tener graves consecuencias globales», advirtió Jens Stoltenberg.
El miércoles -AYER, 14- se cumplen cien años
AMUNDSEN y sus compañeros aludan a la bandera noruega, en 90º 0.0' 0.0'' S.
«Ha sucedido lo peor... Se han desvanecido todos los sueños. ¡Santo Dios, este es un lugar espantoso! Y ahora volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado... Me pregunto si lo conseguiremos». El capitán Robert Falcon Scott, al frente de la Expedición Antártica Británica, escribió a duras penas estas notas en su diario, con las manos al borde de la congelación y cercado por el escorbuto. Había llegado a su objetivo, el Polo Sur geográfico (90º 0’ 0’’ S 0º 0’ 0’’ O), con un mes de retraso sobre su gran rival, Roald Amundsen, un veterano explorador noruego, ambicioso y metódico, que ya contaba con un historial deslumbrante cuando puso el pie en el punto más austral del planeta el 14 de diciembre de 1911. El próximo miércoles se cumplirán cien años. En aquella meseta helada y azotada por el viento, a casi 3.000 metros de altitud, un desolado Scott, acompañado de otros cuatro hombres, vio la tienda y la bandera instaladas por los noruegos y supo que había perdido. Pero se le reveló algo más: el mundo a su alrededor tenía el color de una mortaja, pálida y espectral. No había esperanza. El rigor había ganado a la pasión. El profesional, al aficionado.
Las historias de Amundsen y Scott, su triunfo y tragedia, quedaron para siempre entrelazadas en la gran crónica de la edad heroica de la exploración en la Antártida, a principios del siglo XX, cuando los países fijaron su mirada en los tres polos del planeta (aceptado el Everest como miembro de esta lista) y establecieron un pulso incruento. El orgullo nacional contaba tanto, o más, que la curiosidad científica. Los británicos estuvieron en todas las pomadas.
Claro que, a diferencia de otros escenarios, la exploración de la Terra Australis Incognitano tenía parangón; no había que enfrentarse a animales salvajes ni a indígenas hostiles (de hecho, fue auténticamente descubierta por sus exploradores, pues nunca habitó ser humano allí). El oponente era más formidable: vientos de hasta 300 kilómetros por hora, temperaturas inferiores a los 50 grados bajo cero, un océano con aspecto de criatura viva, una banquisa que atrapaba y trituraba los barcos, una costa sin apenas puertos naturales y largos días de helado silencio. La lucha se establecía entre el aventurero y las fuerzas desatadas de la naturaleza, entre el hombre y los límites de su resistencia.
Aunque algunos historiadores creen que el español Gabriel de Castilla pudo ver las islas Shetland del Sur en 1603 y el británico James Cook fue el primero en cruzar el Círculo Polar Antártico y circunnavegar el continente en la década de 1770, la confirmación de que al final del Pasaje de Drake había algo más que un vacío impenetrable llegó el 19 de febrero de 1819: el inglés William Smith avistó de forma casual la isla Livingston cuando viajaba desde Montevideo a Valparaíso.Los cazadores de focas tomaron las Shetland y el extremo norte de la Península Antártica a lo largo del siglo XIX, antes de la llegada de los grandes exploradores. Franceses, alemanes, belgas, australianos y japoneses lanzaron sus barcos hacia lo desconocido (notable fue el viaje de Adrien de Gerlache en 1898-99 a bordo del «Bélgica», la primera expedición en invernar en aquella región; Amundsen participó en la misma como segundo oficial y demostró de qué pasta estaba hecho). Sin embargo, la rivalidad entre británicos y noruegos escribió las páginas más memorables.
Precedentes del gran acto
Scott y Shackleton se asociaron en 1901 y, a bordo del «Discovery», inauguraron esa edad heroica caracterizada por la falta de recursos y la lucha contra la adversidad. Junto con el doctor Edward Wilson llegaron hasta los 82º 17’ sur, a casi 1.200 kilómetros de su objetivo, teniendo que regresar tras pasar un infierno. Los tres hombres no sabían esquiar bien ni guiar a los perros y acabaron enfermos e insultándose en mitad de la nada. El irlandés Ernest Shackleton había aprendido poco de sus errores cuando su buque «Nimrod» se hizo a la mar en 1907. Sin Scott (tras el periplo anterior se juró que nunca más recibiría órdenes de nadie) y con ayudantes de confianza (entre ellos Frank Wild, que le acompañaría años después en la legendaria expedición del «Endurance»), partió en octubre de 1908 de Cabo Royds, en la Gran Barrera de Hielo, con diez caballos y nueve perros. Los equinos resbalaban y caían y acabaron formando parte de la dieta de los expedicionarios. Llegaron hasta los 88º 23’ sur, a unos 160 kilómetros del Polo. Hambrientos, congelados y cegados por la blancura de la nieve, decidieron dar la vuelta y vivir antes que alcanzar la gloria y morir, cubriendo etapas de 36 horas sin descansar. Estos antecedentes marcaron el gran acto que iba a representarse.
Perros y ponis en el hielo
Nacido en 1872 en el seno de una familia acomodada de marinos y armadores, Roald Amundsen sintió desde niño una fascinación por las regiones polares. Después de sobrevivir al invierno antártico en el «Bélgica», en 1903 zarpó rumbo al norte a bordo del velero «Gjøa» en pos de un sueño: triunfar allí donde el inglés John Franklin había fracasado entre 1845 y 1848, el terrible Paso del Noroeste entre los océanos Atlántico y Pacífico. Aquel éxito no solo le dio renombre internacional, sino que le dotó del aprendizaje y las herramientas necesarias para futuras empresas. Adoptó las técnicas de supervivencia de los esquimales netsilik —vestiduras de pieles de reno, uso de trineos con perros de tiro, raquetas de nieve, iglúes...— y, cuando se planteó una expedición al Polo Norte, ya era todo un experto. Tras saber que el estadounidense Robert Peary había hollado el punto más septentrional del globo (6 de abril de 1909; hoy su hazaña es puesta en duda), cambió de idea y enfiló hacia el lejano sur con el «Fram», buque propiedad de Fridtjof Nansen, otro legendario explorador noruego.
Amundsen tenía 38 años cuando llegó en enero de 1911 a la Barrera de Hielo de Ross. Ancló el «Fram» en la Bahía de las Ballenas y levantó su campamento, que llamó Framheim. No dejó nada a la improvisación: sometió los víveres, equipaciones, hombres y animales a un escrutinio implacable, consciente de que cualquier mínimo error podría despertar la muerte. Robert Scott, por su parte, había fondeado el ballenero «Terra Nova» en el Estrecho de McMurdo, 96 kilómetros más lejos del Polo que Amundsen. Los planes del capitán de la Royal Navy pasaban por seguir la huella abierta por Shackleton. Igual que su antiguo compañero y, más tarde, competidor, utilizó caballos manchúes (a pesar de su demostrada ineficacia en este terreno), además de trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar. Amundsen, que siguió su propia ruta, solo usó perros y no tuvo problema en sacrificar a 24 de ellos para alimentar al resto de la manada; una parte de la carne quedó almacenada para el viaje de regreso. El campamento donde ocurrió este luctuoso suceso se llamó La Carnicería.
Ambas expediciones partieron en octubre de 1911. Por delante, 1.300 kilómetros de desolación sin fin. Los noruegos alcanzaron la meta sin incidentes y levantaron en el Polo Sur una tienda donde Amundsen dejó una carta para el rey Haakon VII. «Y unas líneas para Scott, que presumo que será el primero en llegar después que nosotros». Lo hizo transcurridos 34 días. Pinceladas de su espantoso viaje de vuelta han llegado a nosotros. «Moriremos como caballeros. Espero que esto demostrará que la capacidad de sacar fuerzas de flaqueza y de sufrir no ha desaparecido de nuestra raza. Si hubiésemos vivido, podría contar una historia de penalidades, resistencia y valor de mis compañeros, que habría conmovido el corazón de todos los ingleses. Estas apresuradas notas y nuestros cadáveres lo harán por mí». «Es una lástima —apuntó el 19 de marzo—, pero no creo que pueda escribir más».
Sus cuerpos y el diario fueron hallados en noviembre de 1912.
-Fuente: ABC de hoy, 11/12/2011-
Mapa tomado de elmundo.es del 13/12/20111
El especial incluye este interesantísimo video: "viaje virtual":
"¿El capitán Scott? No sé nada..."
Mientras el explorador noruego sacaba pecho por su épica conquista del Polo Sur, en 1911, parte de la prensa española y mundial sembraba las dudas sobre su verdadera autoría… a la espera de noticias de su competidor británico, muerto en la Antártida
Día 14/12/2011 - 05.41h. ABC
«Yo había jurado que llegaría al Polo Sur y que la bandera noruega flotaría antes que ninguna otra en la extremidad inferior del mundo», exclamaba eufórico Roald Amundsen a «La Correspondencia de España», el 19 de diciembre de 1912. Hacía un año que el explorador nórdico se daba por ganador, por encima del capitán Scott, de la batalla más gloriosa de las expediciones del siglo XX: la conquista del Polo Sur.
Sin embargo, no todo el mundo lo tenía tan claro. La lucha épica alimentada por algunos gobiernos ansiosos por ser los primeros en plantar su bandera sobre los polos del planeta, llegó a la prensa de medio mundo entre 1910 y 1912. Muchos periódicos no daban por hecho que Amundsen hubiera sido el primero en llegar a «la extremidad inferior del mundo», sino que había sido el general Scott, poco antes que el explorador noruego.
Scott, para su desgracia, no estaba presente para defender su posible triunfo, según algunos medios. Hacía meses que la prensa esperaba su regreso, o al menos nuevas noticias que a lo largo de los dos últimos años había llegado a cuentagotas.
«Volveremos a ver al capitán Scott»
En aquella entrevista a «La Correspondencia de España» en diciembre de 1912, Amundsen aseguraba que el 14 de diciembre de 1911, hace hoy justo un siglo, había sido el día más feliz de su vida «por llegar al Polo Sur» el primero. Sin embargo, el periodista le interrumpió para preguntarle si tenía noticias sobre el capitán Scott, con quién prácticamente había coincido en aquella carrera a vida o muerto hacía el polo.
Según cuenta el periodista, «el semblante del expedicionario se oscureció» por unos instantes antes de dar una respuesta. «¿Scott? No sé nada. Salió después que yo y pensaba llegar al Polo por un camino diferente del mío». Luego trató de puntualizar: «Creo que en febrero próximo regresará a Europa. A menos que…», pero se detuvo de nuevo. «Pero no, no. Volveremos a ver al capitán Scott. Las tempestades de nieve y la gran banca no pueden vencer a un hombre como él».
Se equivocaba. En aquella batalla sobre humana contra los vientos de hasta 300 kilómetros hora, temperaturas por debajo de 50 grados bajo cero y hielo infinito, Amundsen se llevó la gloria. Scott sólo encontró la muerte.
La «gloria» de Scott
Aún sin recibir noticias de él –tras la última carta publicada por el 5 de abril de 1912, en la que mismo capitán británico contaba de primera mano alguna de sus andanzas–, periódicos como «La Correspondencia de España» destacaban la discusión en torno a la expedición de Amundsen: «El debate no gira alrededor de ninguna de la hazañas que unos y otros pudieran llevar a efecto, sino del triunfo personal de los dos más significativos expedicionarios: un inglés, el capitán Scott, y un noruego, el capitán Amundsen». Y añadía: «Aquí se dice que el triunfo puede ser sólo aparente, y que Scott acaso llegó antes que su rival».
El diario republicano «El País», y los británicos «Daily Express» o el «Exchange Telegraph Company» aseguraban que Scott había llegado primero. Y por las misma fechas, en marzo de 1912, diarios como «¡Adelante!», «El imparcial» o el mismo «ABC» daban por seguro que Amudsen se había adelantado.
Aún hoy, 100 años después de aquella etapa gloriosa y heroica de la exploración en la Antártida, hay heridas abiertas muchas de las sombras que generaron aquellas expediciones y los métodos utilizados por ambos capitanes. Pero, lo cierto, es que, salvo alguna carta y las noticias de algunos marineros traídas del polo, ya nunca podremos escuchar o leer la versión del famoso capitán británico. «Ha sucedido lo peor. Se han desvanecido todos los sueños. Es una lástima, pero no creo que pueda escribir más», dejaba escrito en su diario el capitán Scott el 19 de marzo de 1912, momentos antes de morir congelado.
Qué pasó luego con Roald Amundsen?
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- HISTORIAS DE LA VIEJA EUROPA
- 29 JUL 2011 en La Gaceta
- Era la primera vez que Roald Amundsen sobrevolaba el Polo Norte. Ni el aparato ni los cadáveres fueron jamás encontrados.
Umberto Nobile AMUNDSEN
El último vuelo de Roald Amundsen
- Redacción:José Javier EsparzaAlcanzó la inmortalidad en el Polo Sur y se dejó la vida en el Polo Norte. El gran explorador noruego Roald Amundsen desapareció en junio de 1928 a bordo de un hidroavión cuando sobrevolaba el mar de Barents, en el Círculo Polar Ártico, buscando los restos de un dirigible siniestrado: el Italia. El cuerpo de Amundsen nunca fue encontrado; se lo tragaron los hielos. ¿Qué pasó? Quizás hay que empezar preguntándose qué hacía en el Polo Norte un dirigible, aquellos enormes armatostes voladores, llamados comúnmente zepelín por los diseños del ingeniero alemán homónimo, que pocos años antes habían llenado los cielos de una Europa en guerra. Para contestar a esa pregunta hemos de trasladarnos a la época en la que los europeos terminaban de abrir los últimos fragmentos secretos del mapa del mundo.Recapitulemos. En 1895, el noruego Fritjof Nansen había llegado a sólo tres grados del Polo Norte; fue finalmente un estadounidense, Peary, quien dijo haber llegado allí en 1909 (hoy se pone en duda). En 1911, dos equipos europeos, el británico de Scott y el noruego de Amundsen, habían competido por llegar al Polo Sur; Amundsen ganó aquella trágica carrera. Los polos ya estaban conquistados, pero aún quedaban enormes extensiones por explorar. En particular, entre Alaska y el Polo Norte permanecía virgen un inmenso territorio. ¿Qué había allí? ¿Tierra firme como en la Antártida? ¿Sólo agua y hielo, como en el resto del Ártico? Era preciso averiguarlo.Globos sobre el ÁrticoPara explorar el Círculo Polar Ártico, ese inmenso mundo de hielo flotante, lo más práctico es hacerlo desde el aire. En los años veinte, callada ya la Primera Guerra Mundial, la aeronáutica conocía un extraordinario impulso. Amundsen, cuyo espíritu aventurero era incansable, quiso probar: en 1925 buscó el apoyo del millonario norteamericano Lincoln Ellsworth y juntos lo intentaron con dos hidroaviones, pero las condiciones meteorológicas les obligaron a aterrizar a 280 kilómetros del polo; atrapados en los hielos, permanecieron allí un mes y por poco se dejan el pellejo. Los aeroplanos convencionales eran demasiado frágiles para el clima ártico. Entonces se le ocurrió la alternativa: intentarlo a bordo de un dirigible.Un dirigible: uno de aquellos enormes globos con forma de melón, de más de 100 metros de longitud, con capacidad para cargar más de 10 toneladas y que podía alcanzar velocidades superiores a los 100 kilómetros por hora. En aquella época, el mejor ingeniero aeronáutico del mundo en materia de dirigibles era el italiano Umberto Nobile, que había desarrollado diseños semirrígidos sumamente aptos para largas distancias. Nobile había construido uno de aquellos dirigibles, el N-1, en 1923.Amundsen le escribió para proponerle la aventura. El Aeroclub de Noruega apadrinaría la empresa. El americano Ellsworth la financiaría. Nobile pilotaría el aparato. El italiano propuso construir una nueva aeronave específicamente para el propósito, pero Amundsen tenía prisa. De manera que Nobile adaptó su dirigible. El N-1 fue rebautizado como Norge, o sea, Noruega: 106 metros de largo, 26 de diámetro, 19.000 metros cúbicos de hidrógeno en el globo, nueve toneladas y media de carga, tres motores con una potencia total de 780 caballos, 115 kilómetros por hora… Y aquello voló.La hazaña del ‘Norge’El Norge salió de Roma el 29 de marzo de 1926, recogió en Oslo al resto de la expedición y, vía Leningrado, afrontó la travesía de los hielos polares por el mar de Barents. El 12 de mayo de 1926, a la 1.25 de la madrugada, el dirigible alcanzó el Polo Norte. Las banderas de Noruega, Italia y los Estados Unidos, arrojadas desde la quilla, flotaron hasta el suelo. El Norge puso rumbo a Alaska, donde llegó dos días después. Era la primera vez que una aeronave sobrevolaba el Polo Norte. Y era también la primera vez que alguien cruzaba desde Europa hasta América por el polo.
Lo del Norge fue una proeza extraordinaria. Para Amundsen, era un laurel más en su corona después de haber conquistado el Polo Sur y de haber abierto el paso del Noroeste. Para Nobile, significaba introducir el nombre de un italiano en la nómina de los conquistadores polares. Sin embargo, aquello acabó como el rosario de la aurora (boreal). Nobile recorrió los Estados Unidos dando conferencias en las que reclamaba para Italia la gloria –era la Italia de Mussolini–, lo cual irritó sobremanera a los noruegos, que al fin y al cabo eran los que habían concebido y asegurado la financiación de la empresa. Amundsen y Nobile terminaron muy mal. Y Nobile decidió doblar la apuesta: haría una segunda expedición polar, y esta vez sería enteramente italiana. Así empezó a tejerse el escenario de la tragedia.El vuelo finalNobile habilitó un nuevo dirigible: otro de clase N bautizado como Italia. Los preparativos llevaron casi un año. El Gobierno de Mussolini captó financiación privada, pero la aportación propiamente gubernamental se limitó a un barco de apoyo: el vapor Ciudad de Milán, al mando del capitán Giuseppe Romagna. El 23 de mayo, todo estaba preparado en la base de Ny-Ålesund, en la isla de Spitsbergen, para la gran aventura. El Italia se elevó sobre los aires. Sin embargo, apenas dos días después, la aeronave de Nobile empezó a tener problemas. Un escape de gas hizo que el Italia se precipitara sobre los hielos. El dirigible cayó al suelo.¿El suelo? Es un decir. En aquellas latitudes (81° 14’ latitud Norte, 28° 14’ longitud Este, para ser precisos) el suelo es en realidad una masa móvil de enormes bloques de hielo flotando a la deriva. El dirigible se partió en dos al estrellarse. De los 15 tripulantes, seis fueron arrastrados por el agua helada y perecieron a los pocos instantes. Quedaron nueve supervivientes, entre ellos el propio Nobile, flotando a la deriva.Entonces tenía que haber intervenido el barco enviado por el Gobierno italiano, pero el capitán Romagna demostró ser un incompetente de tomo y lomo. Pasaban los días y no había noticia de los supervivientes. Había que hacer algo. En Noruega, Suecia y Finlandia se preparó a toda prisa una expedición de rescate. Iba a ser la primera misión aeronaval de rescate en el Polo Norte.Amundsen no quiso perderse ese momento. El 18 de junio de 1928 se subió a un hidroavión francés Latham 47 con otras cinco personas. El viejo explorador tenía ya 56 años, pero la magnitud del desafío pudo más que la edad. Sin embargo, el hidroavión se perdió para siempre en algún lugar del Círculo Polar Ártico. Ni el aparato ni los cadáveres de sus tripulantes fueron encontrados jamás.Quien sí apareció vivo fue Nobile. Un aviador sueco, Einar Lundborg, logró aterrizar cerca de los restos del desastre y rescató al italiano. A Umberto Nobile le esperaban largos y aciagos años de polémicas y sinsabores. La trágica historia del dirigible Italia fue llevada al cine por Mijail Kalatozov en 1971 bajo el título La tienda roja. Nobile murió en 1978, 50 años más tarde que Roald Amundsen. Aún hoy la Marina noruega organiza de vez en cuando expediciones de búsqueda. Siempre en vano.Al conquistador del Polo Sur se lo tragó el Polo Norte. Para siempre.